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 acerca del raro dicho: ojos que no ven, corazón que no siente

Olvido García Valdés - 2009

Una muestra de pintura, en especial sí está concebida como un todo unitario, deja en quien la ha visto una huella a rastro anímico. Las piezas que fernando Sordo reúne bajo el título de ínfimo me dejaron una impresión de penumbra, de un gris oscuro y neutro o, dicho de otro modo, de un negro atenuado que no negara la luz.

se vuelve la pintura espacio interior de quien la mira. Y ese espacio tiene la tonalidad o coloración -se querría decir: la intimidad- de que lo dota la memoria, y al decir así se cae en la cuenta de que no interviene en la muestra la memoria. Tampoco hay atmósfera, nada de psicología, y, si se pretendiera mantener esa idea de intimidad, habría que precisar bien a qué podemos referirnos.

De hecho, el término pintura es insuficiente para algo que tiene el volumen y el tratamiento de los cuerpos que se presentan en cajas, con cierta iluminación, entre aura y penumbra, como objetos preciosos. Y desde luego no unifica la muestra ese cromatismo que parece guardar el recuerdo o, si se quiere, el olvido de quien la ha visto. Porque hay superficies blancas- del blanco velado al blanco brillante- y formas negras sobre ellas- ¿piedras?, ¿corpúsculos?-, hay ocres o rojo, y ciertos trazos geométricos- segmentos de circunferencia- o en reticula - el dibujo en rejilla, la irregular geometría en que se estría una tierra reseca-. Hay expresiones inglesas sobreimpresas y repetidas, a veces asociadas: scattering their y semen freely, o solas. black true, who broke down crying, algunas no perfectamente legibles: I´m noboddy! Who are you? Esa misma pieza insiste: blak. Las palabras son un elemento plástico -forma y sentido- determinante en la composición.

Ínfimo es una muestra concebida como un todo, sí, pero a la vez cada pieza resulta intensamente autónoma, con el tratamiento casi de una miniatura. Quien mira se sorprende pensando que llegan ahí ecos de retratos antiguos, en blanco y negro, pero un blanco y negro que se fuera al marfil y la lava enfriada, a la cera de velas, al tizón y el humo (un acromatismo táctil de suntuosa austeridad). No. No hubo fotografías, aunque tal vez sí esas materias.

Si fueran sus amigos, ¿quiénes serían? Leonardo y Beuys, Richter y Malevitch (y Rothko), Boltanski (y Klee); y al fondo, Adorno, y la poesía de Celan o la irrupción enigmática de la dama de blanco: yo no soy nadie. ¿Quién eres tú? Los objetos preciosos como reliquias. Pero enfriados en la reticencia y en la elipsis. Renuentes. Retirados. Ínfimos, en realidad; sí: lo más, de lo menor. Sin énfasis, ahí quietos. 

 

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