Quien mira titubea y ha de rectificar, vuelve a lo visto, matiza lo sentido. A la emoción y a la mente parece dirigirse, de un solo impulso, esta obra plástica; entre la inteligencia y el gusto por las texturas y lo que llega al afecto desde lo recogido y penumbroso, aquella bombilla atenuada que guardaba de la infancia el corazón. No hay trampa: el peso pasa de un pie a otro pie, en equilibrio inquieto: muy despacio, muestran su desasosiego las preguntas: las de la construcción y la expresión, las de la verdad y la escenografía (¿y un eco de ironía en lo dicho?), las de lo acabado y lo libre, las del dolor y el saber y la energía, las de una luz que no engañe, las del color que se vería a esa luz.
“… En ningún lugar hay plena quietud fuera del corazón en soledad”, se podría leer. O “quiero callar y oír lo que se dice en mí”. Depósitos espirituales de un afecto-pensamiento vacío del yo, pero impregnado de una subjetividad distanciada y objetiva (“el gris es, entonces, la inmovilidad, que es inconsolable”, habría dicho Kandinsky cien años antes). Ni figura ni perspectiva, espacio puro de profundidad. Y divisible, multiplicado. Abierto al mirar, al contemplar –esa inacción–, entrecerrado al ver. Materias y texturas de tiempo-pensamiento, de emoción y luz o de ausencia de luz. Materias y texturas que nos reconducen del ojo a ellas mismas, a su superficie rugosa o diáfana, a su presencia translúcida o espesa, a nuestro modo de percibir y conocer, de saber de nosotros y del mundo. ¿Del mundo? No, en efecto: una pintura que no muestra nada, que se queda en sí y nos trae a sí, se ensimisma y nos absorbe en la contemplación de sí. Hecha, parece, para propiciar una actitud, la de la suspensión y la retracción que es ahondamiento ensimismado de un vacío ni objetivo –pues retirado del objeto– ni subjetivo –retirado del yo–. Pintura pintura. Y a la vez: emoción, mente, extensa espiritualidad, materia pensarosa –lo material y amorfo de lo espiritual–.
¿Y esa quiebra que nos lleva a la no transcendencia? Cierta serialidad, variaciones y desplazamientos en un conjunto, la pre-determinación del color, la armonía neutra de la gama de grises hacia el negro y hasta lo blanco (y aun el blanco saturado soportado por el negro y por el gris), la emoción enfriada, el ahondamiento suspendido y renuente a caer en una dirección –equilibrio contrabalanceado, armonía aérea y porosa de lo que ha sido fuego–, una nada o vacío de intensidad quieta (porque el habla es sucesiva y temporal, pero la pintura no). Esas raras formas de ironía.
No pasar al otro lado, parece la no fácil propuesta. Preservarnos acá. Ínfimo. En esta intimidad de donde somos.